La tragedia por las fuertes lluvias en Petrópolis reabre el debate sobre el «racismo ambiental» en Brasil
Las tragedias por fuertes lluvias se van sucediendo como cada año en Brasil desde que comienza el verano austral en diciembre. Bahía, Sao Paulo, Minas Gerais dejaron estos meses dolorosas imágenes de destrucción y muerte con enormes ríos de lodo engullendo barrios enteros, la mayoría de las veces en las empobrecidas favelas.
El martes por la noche le tocó el turno a Petrópolis, una turística ciudad situada en una región montañosa en el estado de Río de Janeiro. El cielo descargó tanta furia que provocó cientos de deslizamientos y gigantescas trombas de lodo que engulleron casas y arrasaron con todo.
Las escenas de angustia se volvieron a repetir: vecinos buscando a sus familiares desaparecidos, varios de ellos niños, y cadenas de personas escarbando el barro para sacar a los cadáveres de entre los escombros.
Las esperanzas disminuyen a cada hora que pasa y ya son más de 105 los fallecidos y, hasta el momento, hay 134 registros de desaparecidos.
Un «escenario de guerra» –como describió el gobernador de Río de Janeiro, Claudio Castro– que recuerda a la catástrofe vivida en esa región en 2011, que fue considerada la mayor tragedia climática de la historia de Brasil, cuando 918 personas perdieron la vida, decenas de miles se quedaron sin hogar y 99 desaparecieron.
Petrópolis, «la ciudad imperial de Brasil», conocida por ser la residencia de verano del emperador Pedro II y los aristócratas en el siglo XIX, ha sido víctima de una fatalidad causada por dos motivos: la parte climática y la vulnerabilidad en la que vive la población.
Los expertos coinciden en que estas «tragedias anunciadas» podrían ser evitadas. En el caso de Petrópolis, el martes se fueron enviando alertas de lluvias, pero se registraron 260 milímetros de agua en cuatro horas, lo previsto para todo el mes.
«Ningún modelo es capaz de prever esa cantidad enorme de lluvia que cayó. No es una limitación de Brasil, sino de la ciencia», explica a RT Regina dos Santos Alvalá, directora adjunta del Centro de Monitoreo de Desastres Naturales (Cemaden).
Pero muchos analistas cuestionan por qué no hubo tiempo suficiente para desarrollar un plan de prevención eficiente entre los once años que separan a una tragedia de otra. En 2011, una Comisión de Investigación Parlamentaria incluso llegó a realizar 42 recomendaciones para evitar nuevas catástrofes en la región.
«Racismo ambiental»
Para Izabela Santos, ingeniera ambiental, «cuando tienes lluvias intensas durante días o una cantidad elevada en un periodo corto de tiempo, la posibilidad de un desastre es grande». A su juicio, las muertes tienen «mucha relación con una falta de política que no está dirigida a la población más vulnerable que vive en zonas de riesgo».
Cemaden calcula que unos 9,5 millones de personas viven en áreas de riesgo en todo Brasil. Sin tener otras posibilidades, habitan en viviendas precarias en pendientes, terrenos contaminados, inestables o al margen de los ríos, que las hace más proclives a los accidentes, deslizamientos o inundaciones agravados por la deforestación de la vegetación nativa.
«Si esas personas continúan viviendo en esas condiciones es por dos razones: el poder público hace la vista gorda y permite la ocupación de esas áreas y organizaciones ‘no muy claras’ [milicias] toleran o fuerzan a las personas a ocupar esas zonas peligrosas donde les ofrecen alternativas de habitabilidad», añade a RT Paulo Pellegrino, profesor de la Faculdad de Arquitectura.
Para el Instituto Pólis –que lucha por los derechos de las ciudades– lo que se está viviendo es «un ‘racismo ambiental’, porque ante la falta de una política habitacional adecuada las personas más vulnerables, en su mayoría negras, viven en zonas no valorizadas por el mercado, normalmente irregulares, y que terminan siendo las principales víctimas de estas lluvias.
¿Qué se puede hacer?
A pesar del alto coste económico, los expertos aseguran que la solución ideal es retirar a esas poblaciones y recolocarlas en otros lugares.
Pellegrino recuerda que en todas las ciudades en Brasil existen planos urbanísticos que indican en qué áreas se puede construir. «No se debe permitir ocupar esas áreas de riesgo de manera precaria y aleatoria. Y si se hace se tiene que cumplir con todas las condiciones técnicas de seguridad», matiza.
Entre las medidas más urgentes destacan la implantación de programas de reforestación de cuencas y pendientes, que sirve de barrera a los deslizamientos de tierra, o mejorar los sistemas de comunicación de alertas.
En ese sentido, Santos hace hincapié en la urgencia de desarrollar políticas para enfrentar esas condiciones sociales, económicas y de infraestructura. «Se necesitan herramientas de comunicación con la población, más drenaje en zonas urbanas y rurales y capacitación de los equipos de Defensa Civil», concluye.