The Economist analizó el fenómeno de los presidentes débiles, que llegaron al poder gracias al auspicio de líderes más fuertes que ellos.
La prestigiosa publicación incluyó entre ellos a Dilma Rousseff, Lenin Moreno, Alberto Fernández, Iván Duque y Luis Arce, mandatarios latinoamericanos con el común denominador de ser los depositarios de un poder vicario.
Juan Manuel Santos, Dilma Rousseff, Lenin Moreno, Iván Duque, Alberto Fernández y ahora Luis Arce, el flamante presidente de Bolivia, son lo que un reciente artículo de The Economist llama “proxy presidents”, mandatarios que llegaron al poder gracias al auspicio de líderes más fuertes que los “hicieron” presidentes.
La cantidad de casos en América Latina es ya significativa y resulta de dos hechos: por un lado, el boom de las materias primas y el crecimiento económico en la primera parte del siglo XXI, que facilitó la emergencia y consolidación de liderazgos populistas fuertes, y por el otro los límites legales a la cantidad de mandatos, que no quisieron o no pudieron quebrantar, optando entonces por auspiciar un candidato propio, un sustituto.
El artículo arranca con el caso más reciente, Luis Arce, el presidente boliviano, quien ya ha dicho que Evo Morales no tiene ninguna función en su flamante gobierno. The Economist, sin embargo, se permite dudar. Menciona que, el día que asumió Arce, Evo llegó desde la Argentina y fue recibido por “masas que lo adoran”. Y aunque consigna que Arce designó en su gabinete a solo un ministro (el de Defensa) ligado a Morales, recuerda que éste gobernó 13 años como “un socialista crecientemente autoritario” y que, según muchos bolivianos, en poco tiempo estará “respirándole en la nuca” al nuevo presidente.
Otro caso reciente, dice la revista, es el de Alberto Fernández, que en 2019 aceptó un arreglo con Cristina Fernández de Kirchner -a quien no lo une ningún parentesco, se aclara en la nota- para ganar la elección presidencial con ella como candidata a vicepresdiente. Y el próximo puede ser Ecuador: Rafael Correa, el hombre fuerte del país entre 2007 y 2017, quiere volver al poder a través de un “sustituto”, Andrés Arauz.
El problema es que a veces el “gambito” no sale del modo en que se esperaba. Lenin Moreno, el actual presidente de Ecuador, fue vice de Correa y tuvo su auspicio, pero cuando asumió se convirtió en un duro crítico de su ex jefe y durante su gobierno Correa, que vive en Bélgica, fue condenado “en ausencia” por corrupción. Similar, pero no igual, fue el caso de Álvaro Uribe, que tras dos mandatos como hombre fuerte de Colombia apoyó la candidatura de su ex ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien se convirtió en su principal enemigo. En Brasil, Lula da Silva eligió a Dilma Rousseff para que “le tenga calentito el sillón presidencial”, a la espera de su tercer mandato, pero después Dilma maniobró y accedió ella a la reelección, pero fue eyectada por un juicio político por no respetar las leyes de responsabilidad fiscal.
El problema puede ser aún peor si el candidato o la candidata sustituta acepta las reglas del hombre o la dama fuerte, porque pasa a ser un presidente débil, mientras su auspiciante ejerce el poder sin responsabilidad.
Para The Economist, esos son los casos de Colombia, con Iván Duque, y de la Argentina, con Alberto Fernández.
Duque lleva 26 meses de un gobierno sobre el que aún no puso su marca. Mientras que Álvaro Uribe, que lo “hizo” presidente, busca abolir un Tribunal especial para investigar crímenes de guerra que Santos incluyó en un “Acuerdo de Paz” con la guerrilla colombiana, Duque debe defender la implementación de ese mismo acuerdo ante la ONU. La seguridad colombiana se ha deteriorado, su actual y su ex ministro de Defensa son hombres de Uribe, y gente de Uribe hizo campaña por Donald Trump en Florida, Estados Unidos, pero será Duque quien deba tratar con Joseph Biden, que derrotó a Trump.
El problema básico de las presidencias sustitutas, dice el artículo, es que el liderazgo fuerte ejerce un poder sin responsabilidad y sus intereses pueden no coincidir con los del país
El problema básico de las presidencias sustitutas, dice el artículo, es que el liderazgo fuerte ejerce un poder sin responsabilidad y sus intereses pueden no coincidir con los del país
Alberto Fernández es un político con más sustancia que Duque, dice la revista, pero le está costando proyectar autoridad. Su vice, definida en la nota como “populista de izquierda”, controla el conurbano bonaerense y él, con la cuarentena más larga del mundo, solo demoró, en vez de recortar, la expansión del coronavirus. Son signos de una “creciente debilidad política”, dice el artículo, que también señala que el gobierno reestructuró la deuda con los bonistas pero no capitalizó ese logro con el lanzamiento de un plan económico creíble, tal vez –especula la nota- por la dificultad para ponerse de acuerdo con su vice. Pero además, dice la nota, el presidente argentino “está pagando un alto costo político por un plan de reforma judicial que parece diseñado para salvar a su compañera de fórmula de los cargos de corrupción”.
El de los Fernández es sólo un ejemplo del problema de las presidencias sustitutas, reflexiona The Economist: “Los intereses de sus auspiciantes no son necesariamente los mismos que los del país”. Uribe parece perseguir una vendetta personal y quiere instalar otra presidencia sustituta en 2022 y seguir polarizando la política colombiana. Correa también quiere revancha y, al igual que Cristina Fernández, quiere controlar la Justicia.
El recién asumido Arce, quien fue ministro de Finanzas de Evo Morales, ha dicho que éste “no va a cambiar”. Por eso, si bien el flamante presidente boliviano tiene un gabinete con un solo ministro cercano a su ex jefe, pronto tendrá que decidir “si impone su autoridad o si la pierde”.