Trump, Panamá, Canadá, Groenlandia y Europa
Umbral

Las pretensiones del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, contenidas en unas declaraciones en las que dijo que podría exigir que el canal de Panamá vuelva a manos de su país, se producen en un contexto de incertidumbre en el liderazgo estadounidense que no tiene clara la forma en que debe reaccionar ante la pérdida de poder e influencia a nivel global. Antes, durante su primer mandato, fue un poco más allá de sus actuales pronunciamientos, negándose a firmar acuerdos internacionales y distanciándose de otros; desató una guerra arancelaria que no sólo dirigió a China, el poderoso rival que socava su hegemonía, sino que involucró a sus aliados europeos, presentes, en calidad de escuderos, en todas las aventuras expresadas en acciones concretas, además de formas mostradas en ademanes, muecas grotescas y desplantes, como el empujón al primer ministro de Montenegro durante una reunión de la OTAN, que dieron contenido al anecdotario diplomático de aquella administración. La frustración y desorientación ante la decadencia de que hablan Jeffrey Sachs, profesor de la universidad de Columbia, y otros especialistas en temas internacionales, son las causas que lo llevan a expresar su intención de apropiarse de Groenlandia, a dar indicios de que reeditará los desencuentros con Europa, cuyo liderazgo, en voz de la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha manifestado temor por el triunfo del magnate, sobre todo en medio del derrumbe económico y el estremecimiento político que amenaza con barrer algunos gobiernos y llevar al poder a ultraderechistas euroescépticos que pondrían en riesgo la existencia de la Unión. A esto hay que añadir la perturbadora ¿broma? en la que el próximo inquilino de la Casa Blanca expresó su “deseo” de que Canadá sea el estado 51 de los Estados Unidos, y las amenazantes arancelarias contra México, las que, de inmediato, recibieron una inédita respuesta de la presidente Claudia Sheinbaum.
Los presidentes Jimmy Carter y Omar Torrijos firmaron un convenio de devolución al legítimo dueño del canal luego de décadas de reclamos del pueblo panameño, que en muchos casos terminaron en violencia sangrienta. El mandatario de Panamá, aliado de EE.UU., ha rechazado las declaraciones de Trump. Las autoridades de Dinamarca han expresado que el deseo del presidente electo no se hará realidad; mientras por su lado, los canadienses (el pueblo y sus dirigentes) no salen del asombro que les causó la controversial declaración del presidente electo, derivada de una amenaza arancelaria.
Una nueva arquitectura mundial se instala, en la que nuevos actores diseñan o inciden en el diseño de la agenda global, por lo que ya no es posible manejar el mundo desde los intereses de una fuerza hegemónica que actuaba sin contrapeso. Es evidente que el juego cambió, y quien será el presidente de los Estados Unidos a partir del 20 de enero debe comenzar a ver el mundo tal como es hoy. Si no empieza a ver desde ya que la realidad geopolítica, geoeconómica, geocomercial, geofinanciera, militar, diplomática, tecnológica y científica, responde a una nueva dinámica, ésta, llegado el momento, se lo hará entender y provocará en él una mayor frustración.
El liderazgo estadounidense está en una fase de negación. Se resiste a admitir la multipolaridad, y por la tanto, sin importar la administración, actúa como si todavía se preservara la hegemonía, una actitud que tiende a agravar su situación de declive y pone en peligro la estabilidad del planeta. Reconocer que otros actores, de facto, comenzaron a redefinir las reglas de juego, permitiría a los Estados Unidos preservar una cuota de poder que no podría retener en un mundo rediseñado a imagen del que tiene el “último escudo”, como ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad.